Enviado por Mª del Mar Sánchez a la Revista AR

Llevo un mes cumpliendo mi principal objetivo para este año: dejar de fumar, y una buena amiga me ha enviado este interesante texto. Espero que sirva de ayuda a todo el que quiera intentarlo. ¡Ánimo!

Confesión de un cigarrillo

Soy pequeño, de figura fina y estilizada. Sé que luzco bien parecido, envuelto en una bonita prenda de papel blanco. Ocupo un lugar destacado en estantes y vidrieras, en elegantes cigarreras doradas. De día estoy en escritorios; de noche, en mesitas de luz.
Conocido es que, desde tiempos lejanos, he formado un imperio con hombres de todas las razas y credos, ricos y pobres, jóvenes y ancianos de ambos sexos. Yo establezco las leyes de este imperio. Mis súbditos o esclavos, como cariñosamente los llamo, deberían sacrificarse por mí cuando se lo pida, no importa cuánto les cueste. Como rey y amo que soy, yo les brindo placer, momentos de evasión y calma a sus ansiedades. A cambio, deberán entregarme su corazón debilitado, sus pulmones congestionados, sus manos y dientes manchados. No pocos deberán estar dispuestos a soportar insignificantes dolores o enfermedades pero ¿qué importancia puede tener un poco de sufrimiento al lado de la compañía que les ofrezco?
En los últimos años, algunos rebeldes han volcado su ira sobre mí, me han declarado la guerra. No sé qué extravagante filósofo les inculcó la idea de que yo soy un simple producto y que ellos, en cambio, son seres humanos libres, capaces de elegir, de no crear dependencia con nada.
Los sediciosos han ido aumentando, pero todavía tengo súbditos, dóciles, fieles, ingenuos, que seguirán entregando sus vidas por mí y sometiéndose a mi entera voluntad.
Espero que usted, que lee esta confesión, no me abandone nunca, y recuerde: yo le doy placer, mucho placer. Usted me entrega sólo su salud, su vida. Ésta es la ley de mi imperio.