Enviado por Ana Martínez a la Revista AR

Lourdes Albarrán, de 14 años, va al colegio Puertapalma de Badajoz. Con este relato ha ganado el primer premio de la Tercera Edición de Excelencia Literaria, un proyecto que busca talentos de la literatura entre los estudiantes. www.excelencialiteraria.com

Cuando éramos pequeños

¿Te acuerdas de aquel tiempo, cuando las decisiones importantes se tomaban mediante un práctico "pito, gorgorito,¿dónde de vas tú, tan bonito? A la era verdadera pim, pom, !fuera!"? Cuando las cosas se complicaban, se podían detener con simple "no-ha-valido" o "!crucis!", y los errores se arreglaban diciendo "empezamos otra vez". El peor castigo consistía en que te hicieran escribir cien veces "no debo...". Tener mucho dinero sólo significaba poder comprarte un helado o una bolsa de chucherías a la salida del cole, y hacer una montaña de arena nos mantenía felizmente ocupados durante toda la tarde.

Para salvar a los amigos, basta un grito de "!por mí y por todos mis compañeros!". Descubrías tus ocultas habilidades a causa de un: "!A que no haces esto!". Sólo se nos prohibía jugar con fuego y nada nos ilusionaba más que creernos superhéroes y ponernos el babi a modo de capa, mientras saltábamos los escalones. "!Tonto el último!" era el grito que nos hacía correr como locos hasta que sentíamos que el corazón se nos salía del pecho. Jugábamos a 'polis y cacos' en el recreo, y, por supuesto, era mucho más divertido ser ladrón que policía. Entonces los globos de agua eran la más moderna, poderosa y eficiente arma.

La mayor desilusión llegaba si eras elegido último para el equipo. Los hermanos mayores eran el peor de los tormentos, pero también nuestros más celosos y feroces protectores. Nunca faltaban los caramelos que lanzaban los Reyes en Navidad, ni la moneda que nos dejaba el Ratoncito Pérez bajo la almohada. El grito de "!guerra"! anunciaba tizas y bolas de papel por el cielo de la clase, y las bicicletas se transformaban en poderosas motos con sólo ponerles unos cartones en las horquillas para que hicieran ruido contra los radios.

El mayor negocio se resumía en cambiar los cromos repetidos por el que hacía tanto tiempo que buscabas. Todos te admiraban si lograbas saltar a la comba. Los trozos de escayola de las cubas eran tesoros y podías dibujar con ellos 'el tejo' en el suelo. Nada podía ser más divertido que saberte la coreografía de moda y bailar con tus amigas después de comentar tu serie favorita. Todas estas simples cosas nos hacían felices. Sólo necesitábamos un balón, una comba y dos amigos con los que compartir nuestra infancia. Si al recordar estas cosas he conseguido que sonrías, significa que has tenido una infancia feliz y aún te queda dentro el niño que un día fuiste.