Enviado por Rosa Fernández a la Revista AR

Tengo 35 veranos, no primaveras. Llevo casada nueve años con mi mejor amigo y juntos hemos creado en nuestra casa un bosque algo caótico donde habitan dos hadas y un elfo: Marina, Teresa y Mario.

Vacaciones de algodón

Mis hijos son, a ratos, mi dicha y, a ratos, mi desdicha (sólo si no me dejan escribir). Pero, sobre todo, son el impulso que mi pluma recibe cada mañana para que, a la perezosa de vocación que soy, las musas le pillen trabajando. Cuando escribo siempre lo hago pensando en todas esas mujeres a quien la vida, por desgracia, no les permite utilizar la palabra ni en su voz ni en un papel en blanco. Animo a todas las mujeres a escribir porque, de alguna manera, este sano ejercicio nos hace más libres. Y es que, para mí, un nuevo año no comienza el uno de enero, sino cuando mis hijas cuelgan sus mochilas. A finales de junio se produce en las casas un goteo de llegada de libros, cuadernos, 'sobres' (en el mejor de los casos) y alguna calabaza, ¡eso sí! siempre justificada: "Mami, el de tecnología no me traga".

Son días de buenos propósitos, pero venideros.

El despertador sonara más tarde. Las vacaciones Santillana pueden esperar. Los desayunos serán copiosos. No hay que fichar. Milagrosamente, el estomago ya no duele y el nudo de la garganta se ha desatado. No hay examen de inglés.

El uniforme está descosido. Pero... hay tres meses por delante para hilvanar tantas y tantas cosas. Son camisetas de algodón, de pantalones vaqueros y de alpargatas de esparto. No hay que repasar la mochila. Hay que guardarla y desempolvar la mochila-mochilera-aventurera y cargarla con toallas relajantes, con cuentos desternillantes, con juegos sin instrucciones de uso, con Nivea y Coppertones, con aquel after sun de toda la vida (de formula magistral y olor a bálsamo), con caracolas de mar, con tardes de horchatas y limonadas, con sonrisas frescas y melenas al viento sin lazos ni ataduras.

Hay que desterrar esos piojos desvergonzados de las cabezas y dejar volar a esas moscas golosas, compañeras de infancia y adolescencia, que decía Machado. En fin... son días de algodón y de esparto.