Déjales volar

Hay un periodo en el que los padres se van quedando huérfanos de sus hijos. No los esperan más en las puertas de la disco o en las fiestas. Pasa el tiempo del ballet, del inglés, la natación y el judo. Salen del asiento de atrás del coche y pasan al volante de sus propias vidas. Y pensamos que, quizás, deberíamos haber ido más a la cama con ellos para escuchar sus conversaciones y confidencias. Recordamos que probablemente no los llevamos lo suficiente al parque o no les compramos todos los helados que hubiésemos querido.
No los dejes crecer sin mostrarles todo tu afecto. Al principio iban con nosotros donde fuera: por Navidad, vacaciones… después llegó el tiempo en el que viajar con ellos comenzó a ser un esfuerzo, pues era muy difícil separarles de sus amigos y de los primeros novios. Es en ese momento cuando nos sentimos exiliados de los hijos. Y, de repente, lloramos por lo mucho que los extrañamos.
Llega el día en que sólo nos queda permanecer lejos de ellos rezando mucho (en ese trance se aprende a rezar), para que ellos acierten en su búsqueda de la felicidad. Y dejar que la conquisten del modo más completo posible.

AR