El escondite

Por eso te voy a contar un cuento que me contaba mi abuela en la infancia, muy popular en Lituania, y seguramente en muchos otros sitios. No sé de quién es, quién lo invento ni quién lo escribió, pero para mí es como si ahora yo lo inventase para ti, solo para ti. Dice más o menos así: “Cuenta que una vez se reunieron en un lugar de la Tierra todos los sentimientos y cualidades de los hombres. Cuando el Aburrimiento había bostezado por tercera vez, la Locura, como siempre tan loca, les propuso jugar al escondite. La Intriga levantó la ceja intrigada, y la Curiosidad, sin poder contenerse, preguntó: “¿Al escondite? ¿Cómo es eso?. “Es un juego –explicó la Locura- en el que yo me tapo la cara y comienzo a contar desde uno hasta un millón. Mientras tanto, vosotros os escondéis y cuando yo haya terminado de contar, al primero que encuentra ocupará mi lugar para continuará así el juego”.
El Entusiasmo bailó, secundado por la Euforia; la Alegría dio tanto saltos que terminó por convencer a la Duda, en incluso a la Apatía, a la que nunca le interesaba nada. Pero no quisieron participa: la Verdad prefirió no esconderse (“¿Para qué? -dijo-, si al final siempre me encuentran”). La Soberbia opinó que era un juego muy tonto (en el fondo lo que le molestaba era que la idea no hubiese sido suya) y la Cobardía prefirió no arriesgarse.
“Un, dos tres…”, comenzó a contar la Locura. La primera en esconderse fue la Pereza que, como siempre, se dejó caer tras la primera piedra del camino. La Fe subió al cielo y la Envidia se escondió tras la sombra del Triunfo, que con su propio esfuerzo había logrado subir a la copa del árbol más alto. La Generosidad casi no conseguía esconderse porque cada sitio que encontraba le parecía maravilloso para alguno de sus amigos y se lo cedía; que si un lago cristalino, ideal para la Belleza; que si el vuelo de una mariposa, lo mejor para Voluptuosidad; que si una rendija de un árbol, muy apropiado para la Timidez; que si una ráfaga de viento, magnifico para la Libertad. Así que terminó por ocultarse en rayito de sol. El Egoísmo encontró un sitio muy bueno desde el principio, un lugar ventilado y cómodo… pero sólo para él. La Mentira se escondió en el fondo de los océanos, mientras la Realidad se ocultó detrás del arco iris y la Pasión y el Deseo, juntos, dentro de los volcanes. El Olvido…, no recuerdo dónde se escondió, pero eso no me importa.
Cuando la Locura contaba 999.999, el Amor no había encontrado todavía un sitio para esconderse, porque todo estaba ocupado, hasta que de pronto divisó un rosal y, enternecido, decidió esconderse entre sus flores. “¡Un millón!”, contó la Locura, y entonces comenzó a buscar. La primera en aparecer, claro, fue la Pereza, tras una piedra a tres pasos de ella. Después escucho la Fe, discutiendo con Dios en el cielo sobre teología;  y a la Pasión y el Deseo los sintió agitarse en el vibrar de los volcanes. En un descuido encontró a la Envidia y, claro, pudo deducir dónde estaba el Triunfo. Al Egoísmo no tuvo ni que buscarlo, salió disparado de su escondite él solo porque había resultado ser un nido de avispas. De tanto caminar, la Locura sintió sed, y al acercarse al lago descubrió a la Belleza, y a la Duda la encontró sentada en una cerca sin decidir de qué lado esconderse. Y así, uno a uno, fue encontrando a todos los sentimientos y cualidades humanos: al Talento entre la hierba fresca, a la Angustia en una cueva, a la Mentira detrás del arco iris… (¡Mentira! Ella estaba en el fondo del océano) y hasta el olvido, que ya se había olvido de que estaban jugando al escondite.
Pero el Amor no aparecía por ninguna parte. La Locura lo buscó detrás de cada árbol, en cada arroyuelo del planeta, en la cima de la montaña… Ý cuando estaba a punto de darse por vencida, divisó un rosal cuajado de rosa. Emocionada tomó una horquilla y comenzó a mover las ramas, hasta que de pronto se oyó un doloroso grito: las espinas de una rosa había herido gravemente los ojos del Amor, cegándolo. La Locura, desconcertada, no sabía qué hacer para disculparse. Lloró, imploró pidió perdón y hasta prometió ser su lazarillo. Y así es como desde entonces, desde que se jugó por primera vez al escondite en la Tierra, el Amor es ciego y la Locura siempre lo acompaña”.

Adaptación de un relato lituano anónimo muy antiguo, estraída del libro La noche del tamarindo, de Antonio Gómez Rufo (ED. Planeta)