Se cuenta que, en cierta ocasión, se encontraba el famoso escultor Miguel Ángel dando los toque finales a una escultura, cuando un amigo fue a visitarlo y estuvieron ambos un buen rato hablando mientras éste continuaba su trabajo. Días más tarde, el amigo volvió y se sorprendió al ver que el artista aún seguía trabajando en la misma estatua. Ésta parecía no haber variado de cómo estaba la vez anterior. Entonces dijo a Miguel Ángel:
-¿No habrás estado todo este tiempo ocupado en esta estatua, verdad?
- Sí – fue su réplica-, he estado atareado retocándola aquí y puliéndola allá. Le he suavizado estos rasgos, hice que este músculo sobresaliera más, he dado mayor expresión a los labios y más energía al brazo.
- Pero éstas son cosas insignificantes, amigo mío, nada más que pequeñeces…
- Tal vez lo sean – respondió el escultor-, pero la perfección está hecha de pequeñeces aunque la perfección no es una pequeñez.