Primera lección: ¡no te enfades!

Era un niño, que tenía muy mal carácter, se pasaba el día entero enfadado y rabiando, era de lo más caprichoso. Un día, el padre cogió al niño, lo llevó al patio trasero de la casa, junto a la valla, y le dijo:
- Hijo mío, de ahora en adelante, cada vez que te enfades con alguien, clava un clavo en esta valla […].

Desde entonces, cada vez que cogía una rabieta se iba él solito a clavar su calvo en la valla, hasta que llegó un día en que, al verla, exclamó: “¡Ay, vaya montón de clavos!”. Y él mismo se sintió un poco avergonzado. Su padre le dijo:
- ¿Te han entrado ya ganas de portarte bien? Pues cada vez que logres pasar un día entero sin enfadarte ni una sola vez, puedes arrancar un clavo de los que has ido poniendo en la valla.
Al niño le pareció que pasar un día entero sin enfadarse por cada uno de los clavos que había ido clavando en sus enfados anteriores era algo muy difícil […].

Cuando le llegó el momento de quitar el último clavo de la valla, se dio cuenta de que había aprendido a dominarse. Así que se fue muy feliz a buscar a su padre y le dijo:
- He quitado hasta el último clavo de la valla, y ya no me enfado.

Del título: Felicidad, Confucio para el alma o las claves milenarias para ser feliz.

(Yu Dan. Planeta Internacional)