En Bruselas con Tintín

Dulce como sus gofres y su chocolate; fría como la estructura del Atomium y el cielo encapotado que, con frecuencia, decora la ciudad; salada como sus mejillones al vapor y espumosa como su cerveza. Bruselas no sólo es el centro neurálgico de toda la política; también está llena de calles, parques y personajes con encanto. Uno de ellos es de bronce y está en una esquina, a pocos pasos de la Grand Place, el centro turístico de la ciudad. Se trata de una diminuta fuentecilla del Manneken Pis, uno de los puntos más visitados, cuyo fino chorro de agua desafía a la climatología y a la curiosidad de los turistas. El otro vive en los tebeos y se llama Tintín, el joven periodista ideado por Hergé, cuyas aventuras son admiradas en el mundo entero. Bruselas está llena de guiños a este personaje, aunque uno de los símbolos más reconocibles de la ciudad –cuyo significado etimológico es ‘ermita del pantano’, ya que se fundó sobre un área pantanosa con abundantes arroyos– es el Atomium, un edificio-escultura de metal, levantado en 1958, que reproduce la estructura del átomo del acero. Sus brazos están rellenos de escaleras mecánicas y ascensores que permiten viajar de esfera en esfera, en las que se exhiben exposiciones. Y es que, si por algo se caracteriza Bruselas, es por su extensa oferta cultural. En este sentido, es imprescindible la visita al Teatro Real de La Monnaie, un edificio de fachada neoclásica remodelado en 1818. Es el mejor lugar de Bélgica para disfrutar de la ópera, aunque su interior –que casi no ha variado desde mediados del siglo XIX– se puede visitar también los sábados a mediodía, sin necesidad de pagar, para ver a las sopranos que allí ensayan. Si viajas con niños, no te pierdas el Museo del Cómic, donde hay un extenso apartado dedicado a Tintín. Luego puedes ir caminando hacia el Theatre Royal del Galeries, un teatro que pasa casi inadvertido en el interior de las galerías Saint Hubert. Éstas son del siglo XIX y están cubiertas por techos de cristal y repletas de tiendas, muchas de ellas muy caras, como las exclusivas chocolaterías y las joyerías. Ya lo dijo la escritora francesa Marguerite Yourcenar: “Bruselas comerciante y mundana, donde la pasión por adquirir y el esnobismo del nombre y del título se prodigan como en ninguna otra parte…”. Saint Hubert está muy cerca de la Grand Place, un grandioso espacio del siglo XV, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Es en este escenario donde se producen todos los acontecimientos importantes de la ciudad: en Navidad se llena de puestos y de luces –suele haber un espectáculo en el que se iluminan las fachadas que rodean la plaza–, y cada dos años, a mediados de agosto, se despliega una enorme alfombra de flores que da a este lugar un colorido aspecto.

Más detalle y fotos en: http://www.ar-revista.com/ar/ocio/viajes/en_bruselas_con_tintin/para_todas_las_edades