LA VISITA

Siempre supe que llegaría el día en que mi imaginación se agotaría.
Su uso y, más bien su abuso, me lo estaban anunciando. La balanza se
estaba inclinando hacia el lado de la realidad, de manera cada vez más
acelerada. Demasiadas cosas estaban ocurriendo en el mundo para seguir pensando en la posibilidad de que mi mente inventara nuevas historias increíbles.

Aquella tarde temprana de otoño, adormilado bajo los efectos del
sopor que me causaban la sensación de soledad y tristeza que, desde hacía algún tiempo sentía, algo cambió. No sabría decir desde qué preciso
momento.

Lo más extraño fue cuando sonó el timbre de la puerta, y en lugar de sobresaltarme, me dirigí a la misma sin el menor atisbo de pereza para abrir. No pregunté, ni miré para saber quién era. Hace tiempo que no me visitaba nadie, pero actué como si fuera una cita esperada.

– Me llamo María -dijo una voz agradable, pero firme a la vez-
¿Puedo pasar? Tengo algo que decirle.

Me disponía a contestarle afirmativamente, pero no fue necesario. Ella cruzó el marco de la puerta y se dirigió al sillón donde yo me acababa de incorporar, como si conociera la casa perfectamente.

Por fin reaccioné para preguntarle qué deseaba, aunque no hubiera sido necesario. Me miró como con reproche, y casi sin quererlo, me sentí inmovilizado cuando penetré en el interior de esos ojos grises, como el color del agua de mar agitado por un temporal.

-Pertenezco -continuó diciendo- a un grupo de personas que decidió
seguir leyendo, a pesar de que en el mundo se había dejado de hacer. La
perfidia de los poderosos, el fanatismo de los débiles y el aburrimiento de la mayoría, se encargaron de ello.

No entendía nada. Hablaba como si hubieran transcurrido varios
siglos, como si hubiera vivido muchos años.

Yo estaba embrujado, incapaz de reaccionar y comunicarme con ella; un monólogo cada vez más envolvente, que anulaba mi capacidad de hablar.

-Convirtieron en realidad las novelas, los cuentos y las leyendas. No
había motivos para soñar, imaginar y, sobre todo, para pensar. Creyeron que el mundo les pertenecía y estaban convencidos, incluso, de que lo habían creado. Hasta ahí llegó su osadía.

Y me contó una pequeña y absurda historia sobre la creación del
mundo, que yo creí.

-Sabrás -me dijo- que más allá del infinito, cuando los duendes y
genios lo dominaban todo, y la sabiduría convivía con el placer, hubo un
scheij que se sublevó, creyéndose el más sabio de todos. Llevado por su
ambición, formó un ejército con el que pretendió vencer lo invencible.

No entendía muy bien, pero cada vez me sentía mas cómodo y
relajado. Y continuó.

-Para vengarse de su desdicha, decidió crear nuestro mundo. Un
punto insignificante para el resto de la Existencia, pero con capacidad de
destruir.

-Sin embargo, cometió un error. Pensó que alcanzaría un mínimo de inteligencia para traspasar sus propias fronteras, y eso no sucedió. Es más, eran analfabetos de su propio conocimiento, por eso se autodestruyeron.

María se dispuso a levantarse. Quería que yo me uniera a ese selecto club. Y nos emplazamos para el día siguiente a la misma hora.

Esa mañana me despertó una luminosidad inusual que entraba por entre las lamas de la ventana que me hacía sentir bien y, aunque no tenía prisa, ansiaba que llegara el momento de volver a vernos.

A la misma hora de la tarde anterior, ya estaba instalado en el sillón donde suponía que ella se sentaría cuando atendiera a su llamada; pero el tiempo pasaba y no llegaba.

Un silencio profundo, que lo absorbía todo, se apoderó de ese
momento. Tenía un libro en las manos con las páginas perdidas, a punto de caer, y entonces supe que María no vendría. Un escalofrío recorrió mi cuerpo cuando observé que el calendario que había en la pared, además de marcar la hora, me estaba mostrando el día anterior. María tampoco vino ayer.

Y descubrí que mi mente había volado más allá de la propia historia que había leído, y que no era un sueño.

Estaba equivocado porque, en ese instante de lucidez, comprendí que nada tiene más fuerza que la imaginación si creemos en su realidad.

Seguiré leyendo. Estoy seguro de que volveré a encontrarme con
María, y que me contará muchas más historias.

SAMA

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