“Las mil y una noches” LA PRINCESA NURUNIR (2)

“Las mil y una noches” LA PRINCESA NURUNIR (2)

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Cuenta la historia que Hasán, el segundo de los tres hermanos, se había topado con una caravana de mercaderes a la que se incorporó. Por fin, se detuvieron en la ciudad de Fars, una ciudad enorme, situada en un inmenso valle, rodeada de montañas. El príncipe quedó maravillado de tal tamaño pero, más aún, por la sorpresa que le causó el encuentro de una metrópoli en medio de tan altas cumbres.

Como hubo trabado amistad con los mercaderes a lo largo del largo viaje, y por la confianza que le habían mostrado, les dijo:

– ¡Por Alá, que no hubiera encontrado una ciudad como esta sin vuestra compañía y guía! Decidme a cuánto ascienden los servicios que me habéis prestado, pues os los he de pagar con creces.

El de más edad, que era el que conducía la cáfila, se acercó a Hasán contestándole:

– Tu compañía nos ha hecho ameno el largo viaje, pues las cosas que habéis contado son distintas a las que normalmente hablamos los mercaderes. Además, he podido observar que no traéis mercancía para vender, pero mi discreción ha hecho que no os preguntara. Permitirme pediros, como pago, que volváis con nosotros y nos contéis vuestra historia, una vez terminado nuestro trabajo para el que hemos venido.

A lo que el falso mercader respondió:

– Solo he venido a comprar, y tiene que ser algo muy especial, tanto que no puede haber en el mundo otra cosa igual. Os prometo que cuando lo consiga os diré de que se trata. Es lo único que puedo decir hasta este momento.

Se despidió de sus compañeros, y una vez que descansó en el jan principal de la ciudad, se dirigió al zoco.

En su recorrido, pudo comprobar las cosas tan bellas y ricas que allí se exponían. Sin embargo, tocó la hora de ponerse el sol y cerrar las tiendas, y Hasan no encontró nada que lo hiciera merecedor de Nurunir a los ojos de su padre.

Abatido, se disponía a abandonar el mercado, cuando desde el interior de uno de los puestos, ya apenas sin luz, al que no había prestado demasiado interés, escuchó una voz que lo llamaba.

– ¡Señor!..¡Señor! -decía

 Y se dirigió a la entrada.

– Sé que mi mercancía no es demasiado atractiva comparada con el lujo que tienen las demás, pero tengo algo que quizás os pueda interesar. Pido por ella treinta mil dinares de oro -continuó

El mercader, casi un anciano, se acercaba a él por entre la penumbra con un canuto de marfil en las manos.

– Debo suponer que has perdido la razón, o que lanzas un donaire hacia mí, pues no cabe en cabeza sana la oferta que me haces. No veo nada de particular en ese canutillo -dijo el príncipe.

– No te dejes engañar por tu vista, pues has de saber que, si miras por el extremo que lleva este cristal, podrás ver lo que desees, en el acto y sin la menor dificultad -replicó el mercader.

Probó Hasán lo que le decía el anciano, poniendo el pensamiento en la princesa Nurunir y, al momento, la vio sentada en la pila de sus aposentos, acicalándose mientras reía y jugueteaba con el agua del baño.

Al verla tan bella y tan de cerca, no se lo pensó y pagó al tendero la cantidad que le pedía, convencido de que no existía otra rareza igual en el mundo.

Tuvo que esperar varias semanas, pues su intención era incorporarse a la misma caravana para volver, ya que temía extraviarse si lo hacía solo; además, tenía que contarles lo que había adquirido, pues esa fue su promesa.

Cuanto al príncipe Hoseín, el menor de los tres; te ruego monarca que acerques el oído, pues voy a contarte lo que le hubo sucedido.

Has de saber, señor, que, después de un largo camino en el que no le aconteciera nada notable, llegó a una ciudad que le dijeron ser la ciudad de Samarkanda, famosa por sus mezquitas y mausoleos, las rosas y ruiseñores; le explicaron que era un enlace fundamental en la larga ruta de la seda y que, por este motivo, su zoco era el mayor del mundo, pues en él se concentraban mercaderes de países muy remotos.

Al otro día al de su llegada, fuese a ver el bazar, pues así es como le llamaban al lugar donde se mercadeaba, pudiendo comprobar la grandiosidad del espacio y de las cosas que allí se exponían.
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Resumen y traducción de FGV

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